05 marzo 2012

Política/La Tragedia y el relato/Por Sebastián Lalaurette





LA TRAGEDIA Y EL RELATO

Por Sebastián Lalaurette*
(para La Tecl@ Eñe)

Hace muy pocos días tuvo lugar en la televisión pública (ejem) un momento de extraordinaria densidad conceptual que, entre la usual andanada de alabanzas al gobierno y denuestos hacia los "medios hegemónicos", pasó desapercibido. Ocurrió, por supuesto, en una emisión del programa 678. Uno de los invitados, el legislador Andrés Larroque, exaltó la figura del expresidente Néstor Kirchner, ya fallecido, oponiéndola a quienes "son capaces de hacer cualquier cosa con tal de conseguir una migaja de poder".

Para entender por qué esa observación de Larroque es tan reveladora hay que dar un poco de contexto. Larroque dijo lo que dijo luego de que pasaran al aire una serie de videos con highlights del discurso presidencial de apertura de las sesiones del Congreso Nacional, preparados por la producción del programa. En el segmento que precedió a su intervención, se había visto a la Presidenta de la Nación emocionada hasta las lágrimas al recordar a Kirchner, su esposo, fallecido hace casi un año y medio, cuando ella ya estaba en el poder. La emoción de Cristina Fernández tenía que ver con un título del diario Página/12 que, a su vez, tenía que ver con una entrevista que el exdictador Jorge Videla había brindado a la revista española Cambio 16. Videla dijo mucho en la ocasión y la revista eligió titular con una frase textual: "En Argentina no hay justicia, sino venganza, que es otra cosa bien distinta". http://cambio16.es/not/1250/_en_argentina_no_hay_justicia__sino_venganza__que_es_otra_cosa_bien_distinta___/ Ágil para la adulación, Página/12 eligió hacer tapa con otro textual de la misma entrevista: "Nuestro peor momento llegó con los Kirchner". http://www.lacampora.org/2012/02/17/videla-nuestro-peor-momento-llego-con-los-kirchner/ En su discurso, la Presidenta dijo que ese diario "era de él" (hace ya un tiempo que cuando dice "él" sabemos que se refiere al difunto exmandatario). Fue un momento emotivo que no viene al caso reproducir aquí. Larroque se enganchó en el recuerdo y lanzó la apreciación mencionada más arriba, un elogio que tal vez pensó seguro por lo genérico.
Pero ¿por qué justo eso, en ese momento?
Era Videla lo que estaba en la mira. Videla: la dictadura, las desapariciones, los grupos de tareas, la represión de la "subversión apátrida". Larroque eligió "engrandecer" la figura de Kirchner ubicándola frente a un contendiente muy menor, el típico político inescrupuloso capaz de vender a su madre por puesto de concejal. Fue un non sequitur, casi un insulto en contexto, pero también, tal vez, el reconocimiento de una imposibilidad. Para hablar de eso hacen falta un par de digresiones.
PRIMERA DIGRESIÓN: LOS MONSTRUOS HUMANOS
"En el Futuro Pobre [es decir el presente] todos nos acusamos, los unos a otros, de nazis, sin la más mínima idea de lo que semejante despropósito significa. Tal vez pensar en un Hitler 'humano', en Hitler Bebé, pueda ser peligroso", escribía Huili Raffo en 2004 en una columna publicada en el blog Los Trabajos Prácticos e incluida en el libro recopilatorio Holy Fuck. En el mismo párrafo de ese texto, escrito en respuesta a otra columna de José Pablo Feinmann escrita, a su vez, a propósito de la película alemana La caída, que se estrenaba por esos días y que venía acompañada de una gran polémica por su presunta "humanización" de la figura de Adolf Hitler, Raffo da cuenta también de una reacción de Ernesto Semán: "Si a los alemanes les llevó unos sesenta años, ¿cuánto falta para que la Argentina deje de producir sus plomísimos films sobre la dictadura?".
No nos interesa aquí dilucidar si la película realmente "humaniza" a Hitler tanto como se dice o si eso estaría bien o mal; tampoco coincidir o disentir con Raffo sobre lo que Feinmann tuvo para decir al respecto. Pero en el párrafo que citamos hay dos conceptos en los que viene bien insistir. La primera es esa certera descripción del Futuro Pobre, nuestro Presente Lubertino, en el que las acusaciones de nazismo florecen como pimpollos en primavera, a tal punto que uno pensaría que el partido de Biondini debería venir ganando todas las elecciones a las que se presentara. La segunda procede de esa sucinta observación de Semán: Videla es nuestro Hitler.
¿Qué hacer con él, entonces? Los problemas que nos presenta son los mismos que la figura de Hitler le presenta al discurso universal. “Humanizarlo”, reconocer que es un tipo y, en ese sentido, se parece a todos nosotros, parece estar prohibido. Ocupa ese lugar del monstruo: es la maldad absoluta, el uso más negro del poder. Inigualable, indefendible, ilegible, pone en crisis los intentos de explicar cómo fue posible que apareciera, que llegara adonde llegó, y sin embargo llegó, estuvo, fue apoyado por muchos. Ahí reside el peligro, claro: presentarlo como humano es tratar de explicar también cómo otros humanos lo ayudaron, lo sostuvieron y aún hoy lo reivindican.
Uno diría que la opción tomada por Página/12, que ha venido suscribiendo todas y cada una de las lecturas que el kirchnerismo hace de la realidad, es oportunista: al titular con la declaración de Videla sobre los Kirchner, toma al monstruo, al mal absoluto, y muestra cómo el caballero andante lo ha herido de muerte. Pero en otro sentido también lo humaniza. Porque en definitiva no hace más que presentarlo como un viejo chocho y resentido que, al no tener ya capacidad de influir sobre el mundo, olvida los grandes conceptos y eleva a una categoría demoníaca la afrenta sufrida en carne propia. El Videla de la tapa del diario oficialista no está preocupado por la arremetida mundial del comunismo ni por la subversión apátrida, sino injuriado por el gobierno que lo dejó preso. Si Página/12 se hubiera editado en Francia en 1815, ¿habría titulado con un Napoleón despotricando por la calidad de la comida en Santa Elena?
SEGUNDA DIGRESIÓN: LA TRAICIÓN DE LOS OJALILLOS
Hace muy poco decíamos aquí mismo http://www.lateclaene.blogspot.com/2011/12/diez-anos-del-19-20-de-diciembre-de_24.html que no existe la política sino sólo las historias que nos contamos acerca del poder. Era una boutade, pero una que se sostiene sorprendendemente bien, en vista de la insistencia del kirchnerismo en el concepto de "relato" y de la consecuente insistencia de sus críticos en aprovechar el mismo concepto. "Donde mueren los relatos" fue el titular de la revista Noticias luego del terrible accidente de un tren en la estación Once, que produjo más de cincuenta muertes, y del cual la Presidenta tardó cerca de una semana en hablar. El silencio presidencial recordó a los días que Néstor Kirchner permaneció recluido en El Calafate, sin hacer declaraciones públicas, luego de la tragedia del boliche República Cromañón (casi doscientos muertos).
En un libro de inspiración foucaultiana llamado La construcción del espectáculo político, publicado en 1988, Murray Edelman afirma que la política no es más que un juego de relatos cruzados, en el que no sólo los líderes políticos son imágenes diseñadas para seducir a los votantes sino que hasta los problemas sociales son construidos y definidos según intereses, no sólo los de los candidatos sino de todo tipo de actores, como lobbies de distintos sectores de la economía y especialistas en diversas áreas de conocimiento interesados en ganar prestigio como proponentes de soluciones o como oráculos.
"La característica sorprendente del vínculo entre problemas y soluciones políticos en la vida cotidiana es que típicamente la solución viene primero, cronológica y psicológicamente. Quienes favorecen un curso particular de acción gubernamental probablemente busquen vincularse con un problema muy temido para obtener el máximo apoyo", escribe Edelman. No hace falta pensar mucho para advertir que es así. Francisco de Narváez, por ejemplo, construyó su carrera política insistiendo en el problema de la "inseguridad" y esta construcción, vacía de contenido, resultó muy efectiva, a pesar de que la definición del problema es terriblemente cuestionable. (El sino fatal de Narváez no reside en la falacia de su apelación a la "inseguridad" sino en que el nicho ya estaba ocupado: dado que él y Daniel Scioli son esencialmente la misma persona, no tendría mucho sentido reemplazar a uno con el otro.)
El mismo mecanismo opera en todas partes todo el tiempo. Por supuesto, también el gobierno echa mano de diferentes relatos para justificar sus acciones y sería un error pensar que esos relatos son preexistentes; de otro modo no se explicarían sus virajes respecto, por ejemplo, de las características y la posición del Grupo Clarín, del concepto de asignación universal por hijo o el rol de la CGT, como lo señalaba Martín Caparrós en una columna reciente. http://blogs.elpais.com/pamplinas/2012/02/el-gobierno-del-cambio.html O, como lo pone Edelman: "Cualquier análisis de la elaboración de políticas que acepte la cuestión más amplia como 'la razón' de la acción (...) romantiza las bases de la acción gubernativa".
Por supuesto que para que esto funcione se necesita un "gran" relato, un guión que aglutine todas las explicaciones necesarias para cada acción y que las incluya a todas en una historia más o menos consistente. El de Alfonsín y el de Duhalde fueron similares: recuperación, reconstrucción. El de Menem fue el de la modernidad y la eficiencia. De la Rúa no pudo sostener su relato de limpieza moral y así le fue. Kirchner llegó al poder en circunstancias extraordinarias (había, técnicamente, perdido las elecciones) y necesitó, por lo tanto, recurrir a un relato extraordinario. Y encontró uno que nunca lo había interpelado mucho pero que encajaba en la necesidad de una épica que cautivara al país alicaído: la reivindicación de las luchas del pasado, la recuperación de la memoria.
Asumir la lucha setentista con treinta años de retraso, borrar parte de la historia (principalmente lo hecho por Alfonsín en materia de derechos humanos, como la CONADEP y el Juicio a las Juntas), ha sido uno de los logros más brillantes de este gobierno. Es un logro puramente lingüístico, porque la política no es otra cosa que lenguaje. Kirchner restituyó la política como terreno del debate encarnizado de ideas y hasta su muerte, común, pacífica, banal, fue reinterpretada en términos de epopeya ("la épica [...] no la pone uno, sino los otros", escribí sobre eso en otra parte). http://www.lalaurette.com.ar/columnas/Kirchner.html
Por supuesto que todo gran relato hace agua por alguna parte (o por muchas partes) y es así como los críticos del kirchnerismo pueden utilizar el propio concepto para golpear al gobierno. De ahí el titular de Noticias, de ahí las críticas de organismos de derechos humanos que no comulgan con la interpretación oficial, de ahí los cuestionamientos de incoherencia, especialmente a partir de la sanción de la Ley Antiterrorista. Las hojas del relato kirchnerista se desprenden, hay que ponerles ojalillos para sostenerlas pero también éstos, ineficaces o traidores, se rompen y desertan, como en esas pesadillas en que creo estar otra vez en la primaria y que tal vez haya inventado ahora mismo.
Pero el principal problema del relato oficial no es que sea falso, contradictorio o parcial, sino que no es fuerte. Hoy la Argentina es una tierra de paz, una democracia que no corre demasiado peligro, y la violencia política se ubica en niveles mínimos: nadie muere por una reivindicación como la que propone el kichnerismo, ni tampoco por la contraria. De esta manera, al kirchnerismo le queda gestionar en el presente las huellas de la violencia ocurrida hace treinta años, tarea que puede ser loable pero que no se presta demasiado a la épica. La lucha no es lo mismo que el recuerdo de la lucha. Los setenta eran una cosa; el setentismo es otra bien diferente.
TESIS: LA VIOLENCIA Y LO REAL
Después de este rodeo, volvamos a la reacción de Larroque. Ahora es más fácil comprender lo que tiene de revelador. Porque su renuncia a contraponer a Kirchner con Videla, a suscribir la ridículamente obsecuente tapa de Página/12, es la admisión, como decíamos más arriba, de una imposibilidad: la de que el presente alcance la altura y la intensidad del pasado. Enfrentar a Kirchner con Videla es imposible por dos motivos, uno banal y el otro un tanto más inquietante para el discurso oficial. El primero es que ya no estamos en una dictadura y el exdictador es ahora una sombra de lo que fue, por lo que atacarlo no sólo es fácil sino incluso conveniente. El segundo es que cuando Videla estuvo en el poder Kirchner podría haber hecho algo por enfrentarlo y, por lo que sabemos, no lo hizo.
Pero hay otra cosa en la afirmación de Larroque, algo aun más inquietante. Y es que, al explayarse en su exaltación de la figura del expresidente, termina por asirse del único argumento que podría esgrimirse en defensa de Videla si uno quisiera hacerlo (si fuera, digamos, su abogado histórico). Este deplorable argumento iría más o menos así: “Videla, como Hitler, fue un monstruo, un dictador sanguinario, una mancha negra en la historia de la Humanidad, pero al menos creía en lo que hacía, al menos estaba atrozmente convencido de la guerra que peleaba, no como esos políticos de cuarta que hoy suscriben una idea y mañana otra y que venderían a su madre, etc.”. Oh, la ironía.
Larroque pone en evidencia lo violento de los grandes relatos: Hitler, Videla, los tuvieron y no los abandonaron nunca. Y a su renuncia a suscribirlos, creo yo (y ésta es mi tesis), subyace un fenómeno de época: en el Presente Lubertino, en la Argentina en la que “nazi” ya es una sombra, un insulto abstracto, campea una depresión esencial, cierta envidia del pasado proveniente de la constatación de que la violencia parece ser lo único real más allá de los relatos. Sería difícil, en efecto, imaginar algo que tenga más cuerpo que la violencia. La dictadura fue indudablemente real y, por más estrategias simbólicas que se pongan en juego, cuesta alejarse de ese agujero sangriento en el almanaque, abandonar el lugar en que habíamos caído, ese colofón de la política desbocada. Sí: descendimos, innegablemente, a esa locura.
Aquello de que lo que era tragedia se repite como comedia tiene su correlato en un presente en el que lo que era violencia real, innegable (tortura, asesinato, secuestro, represión), hoy es símbolo, alusión, moneda de cambio sometida a todo tipo de operaciones discursivas según el interés del momento. Larroque eleva a Kirchner al estatus de político superior oponiéndolo al político promedio, carente de convicciones y apto para los saltos ideológicos; si la violencia era lo real, la paz da paso a uma democracia de conveniencias, parece decir. La “rosca”, la corrupción, la truchada conceptual son enemigos chiquitos, pero son lo que hay.
La épica kirchnerista es así una épica de pacotilla, carente de sangre y de riesgo. ¿Sería mejor de otra manera? ¡Por Dios, no! Ya tuvimos bastante violencia política como para añorar un revival más concreto de los años setenta. La objeción, sin embargo, se mantiene: la esfera pública es hoy un entrecruzamiento de ficciones leves y breves. El diputado tuvo el tino de asumirlo; al diario oficialista, por el contrario, no le alcanzó la vergüenza.
*Escritor y Periodista

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